Susurros del Silencio: Un vistazo al mundo de Emma

La luz del atardecer entraba suavemente por la ventana del estudio de Emma, bañando todo en tonos cálidos que contrastaban con el frío que empezaba a arremolinarse afuera.

Emma se recostó en el sillón mientras Mario ajustaba la cámara con precisión, como siempre hacía cuando algún proyecto de su clase de cine estaba en juego. Esta vez, la idea era sencilla: una serie de entrevistas a personas cercanas que, según él, revelaran “las capas ocultas de la cotidianidad humana”, o algo así había dicho, con una seriedad que a Emma siempre le daba risa. Luisa, por supuesto, había insistido en acompañarlo, ya que no perdía oportunidad de inmiscuirse cuando molestar a Emma estaba involucrado. A lo largo de los años, ambos se habían convertido en sus amigos más cercanos, aquellos que conocían sus silencios y entendían las miradas que los demás pasaban por alto. Emma los miró, con ese tipo de cariño reservado para los confidentes de una vida, preguntándose cuántas preguntas incómodas tendrían preparadas esta vez.

Mario presionó el botón de grabación y, adoptando un tono formal que le arrancó una sonrisa a Emma, lanzó la primera pregunta.

—Bien, Emma, vamos a empezar con algo sencillo. ¿Dónde te ves en el futuro?

Emma dejó escapar un suspiro, como si ya hubiera escuchado esa pregunta demasiadas veces en su vida, pero, esta vez, decidió tomárselo en serio. Miró a la cámara, sus ojos oscuros brillando con un toque de introspección.

—¿El futuro? —suspiró, estirando un poco el cuello como si buscara despejarse las ideas—. A veces siento que ni siquiera sé dónde me veo mañana —sonrió, suave, y sus palabras se volvieron un susurro pensativo—, pero, si tengo que imaginarlo… me gustaría estar en un lugar donde haya paz. Al final, creo que todos queremos lo mismo, ¿no? —Levantó una mano, como si intentara dar forma a lo que estaba diciendo—. Un espacio propio, en tranquilidad. Quizás rodeada de lienzos, música y una buena taza de chocolate. Y una ventana enorme, con vistas a alguna montaña nevada.

—¿Montaña nevada? ¿Eso es lo único que quieres en el futuro? —preguntó Luisa, cruzando los brazos y mirándola con una mezcla de picardía y curiosidad.

Emma le lanzó una mirada entrecerrada, con una sonrisa irónica.

—Bueno, una montaña no se queja ni hace preguntas incómodas, ¿no? —Alzó los hombros, relajada—. Lo cual es bastante atractivo.

Mario rió, y Emma, sonriendo con un brillo juguetón, se recostó un poco más en el sillón, lista para la siguiente pregunta.

—Vamos con algo más ligero —Mario hojeó su cuaderno—. ¿Qué tipo de música o arte te gusta? Sabemos que eres un poco… peculiar en tus gustos.

Emma ladeó la cabeza, jugueteando con una hebra de su cabello y sonriendo como quien está a punto de confesar un secreto.

—Me encanta la música independiente, suave, melancólica… —dijo, con un tono casi susurrante, como si hablara de algo personal—. Esa música que te hace detenerte, que tiene un aire triste, ¿sabes? Como si te recordara cosas que a veces intentas olvidar. Creo que hay algo muy especial en las canciones que no dicen todo, que te dejan espacios. Y en cuanto al arte… adoro el arte abstracto, ustedes ya lo saben. Sé que el hiperrealismo es hermoso, pero ahora con toda esta tecnología que lo puede captar todo, ver el mundo desde un ángulo diferente me llega mucho más. —Se inclinó hacia adelante, hablando con más entusiasmo—. El arte abstracto te da espacio para interpretar, para encontrarle sentido a algo que no necesariamente lo tiene.

—Ya, ya… Interpretaciones, silencios… Emma, eres tan poética que a veces me da vértigo —rió Luisa, en tono burlón.

—¡Y tú eres tan pragmática que a veces me siento en una entrevista laboral! —le devolvió Emma, rodando los ojos y riendo junto a ella.

Mario no quiso perder el momento y aprovechó para lanzar otra pregunta, cambiando de tema.

—Si tuvieras que describir a tu pareja ideal, ¿cómo sería?

Emma lo miró de reojo, y luego, entrelazando las manos, se tomó un momento para responder.

—Alguien que no necesite ser el centro de atención —respondió con calma, dejando que las palabras cayeran como si fueran obvias—. Que entienda que el silencio es un lenguaje en sí mismo. No soy fan de los tipos que sienten la necesidad de llenar cada segundo con palabras solo para evitar el vacío. Prefiero a alguien que sepa cuándo callar y cómo escuchar, alguien auténtico, pero sin grandes despliegues. —Sonrió, cruzando los brazos y dejándose caer en el sillón—. Y si sabe cuándo ir por una taza de café sin preguntar… ya tiene puntos extra.

—¡Estás pidiendo mucho, Emma! —bromeó Luisa, divertida.

Emma se encogió de hombros, mirándola con una sonrisa enigmática.

—Un ideal está ahí para ser inalcanzable, ¿no?

Mario hojeó su cuaderno con interés y lanzó una pregunta que había guardado para el momento preciso.

—¿Cuál dirías que es tu mayor virtud y tu mayor defecto?

Emma se quedó un instante pensativa, tocándose el mentón.

—Mi mayor virtud… creo que soy muy leal —dijo, con una seriedad que sorprendió a Mario y a Luisa—. Si alguien se gana mi confianza, soy de las que no se va. No me gustan las traiciones, ni los juegos sucios. —Se encogió un poco—. Y creo que, en cuanto a defectos, probablemente sea esa misma lealtad. Me cuesta soltar, incluso cuando ya sé que algo no tiene arreglo.

Luisa se inclinó hacia adelante, lista para lanzar otra pregunta.

—Entonces, Emma, si pudieras cambiar algo de ti, ¿qué sería?

Emma suspiró, y sonrió de lado, con un toque de ironía.

—Honestamente, me gustaría ser un menos… intensa. A veces me encantaría dejar que las cosas pasen sin analizarlas hasta el último detalle. Admiro a la gente que puede actuar sin pensar todo el tiempo. Quizás es eso de ser tan… cómo decirlo, una especialista en el drama —rió suavemente—. Aunque, supongo que si no fuera así, no sería yo.

Mario se inclinó hacia la cámara, divertido.

—Y ya que estamos en la línea del tiempo… Si pudieras enviarle un mensaje a tu “yo” del futuro, ¿qué le dirías?

Emma miró hacia la ventana, sus ojos perdidos un instante en la suave luz del atardecer.

—Le diría: “Espero que sigas siendo tú misma, pase lo que pase. Que hayas dejado de buscar validación en el lugar equivocado. Que estés en paz, y que nunca pierdas de vista las montañas.”

Luisa la miraba con un toque de cariño, aunque no pudo resistirse a una última pregunta traviesa.

—Y sobre el amor, ¿qué piensas? ¿Crees que es algo esencial en la vida?

Emma ladeó la cabeza, pensativa.

—¿El amor? —repitió, con una media sonrisa—. Es complicado. No creo que sea algo “esencial”, en el sentido de que uno tenga que depender de él para ser feliz. Pero es como la sal en una receta: sin ella, algo falta. Creo que el amor está en las pequeñas cosas, no en grandes gestos. Está en los momentos en los que no necesitas decir nada, porque la otra persona ya te entiende. —Sonrió, su tono bajando en un susurro—. El amor es como… el silencio compartido.

La cámara se apagó, y Mario se recostó en el sofá, satisfecho con la grabación. Emma suspiró, aliviada de no tener el lente frente a ella, pero sabía que eso no significaba el final de las preguntas. Luisa, con esa sonrisa traviesa que le conocía demasiado bien, la miró con una mezcla de picardía y curiosidad contenida.

—Bueno, Emma —dijo Luisa, alzando una ceja—. Ya que estamos en confianza… ¿qué opinas de Emir?

Emma dejó caer la cabeza hacia atrás, exasperada, y luego le lanzó a su amiga una mirada cansada, rodando los ojos.

—Sabía que esto venía… —murmuró, cruzando los brazos mientras Luisa se encogía de hombros, sin intención de dejar pasar el tema.

—Vamos, siempre he querido saber —insistió Luisa, sonriendo como si tuviera todo el tiempo del mundo.

Emma soltó un suspiro pesado, entrecerrando los ojos como si intentara reunir paciencia.

—Emir es… —empezó, deteniéndose un segundo antes de continuar—. Es una molestia. Una molestia enorme —dijo, poniendo énfasis en cada palabra mientras Mario y Luisa comenzaban a reír.

—¿Solo una molestia? —preguntó Mario, con una sonrisa de diversión en el rostro.

Emma resopló, pero su tono se suavizó un poco, casi sin darse cuenta.

—Me saca de quicio, y a veces quiero colgarlo —dijo, alzando las cejas como si eso fuera obvio—. Pero… —sus palabras se quedaron suspendidas un instante, y su voz bajó, como si admitiera algo que le costaba reconocer—. No hay persona más fiel que él.

Un breve silencio cayó entre ellos, un momento de calma en el que Emma parecía haberse permitido decir algo que rara vez dejaba salir. Mario y Luisa intercambiaron una mirada, sorprendidos, y Luisa aprovechó para hacer una última pregunta, bajando el tono como si fuera un secreto.

—Entonces, ¿te importa? —preguntó, con una chispa de ternura en sus ojos.

Emma apretó los labios y miró hacia la ventana, dejando que la luz del atardecer bañara su perfil.

—Es alguien con quien… siempre cuento —dijo, con una sonrisa mínima, casi melancólica—. Y claro que me importa. Pero eso no significa que deje de ser una molestia.

Luisa y Mario sonrieron, y, por un instante, el silencio entre ellos fue más elocuente que cualquier pregunta. Emma, sin decir más, se recostó en el sillón, rodeada de la tranquilidad que solo se tiene entre amigos, y aunque el tema quedó en el aire, todos sabían que Emir, con sus defectos y virtudes, era alguien que Emma nunca ignoraría del todo.

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