La luz suave del atardecer se filtraba a través de las amplias ventanas del despacho de Mileva, proyectando sombras alargadas sobre los estantes llenos de libros y los documentos cuidadosamente organizados en su escritorio. A su lado, Nina, su socia y mejor amiga, hojeaba un cuestionario con la misma precisión con la que manejaba un balance financiero, pero con un toque de entusiasmo que no pasaba desapercibido. Ambas eran líderes reconocidas, dos mentes brillantes que habían construido una empresa que empezaba a marcar tendencia en el mundo de los negocios.
Una revista importante les había dado un espacio en su columna, y habían enviado el borrador de las preguntas. Sin embargo, lo que podía haber sido un ejercicio formal se había convertido en algo completamente distinto.
Cuando estaban juntas, la seriedad quedaba a un lado, dando paso a una dinámica de complicidad y desafío, un juego constante de ironías que ambas disfrutaban más de lo que admitirían.
—»¿Cuál es el mayor desafío al ser una líder joven en el mundo de los negocios?» —leyó Nina en voz alta, con un tono deliberadamente dramático—. Por favor, dime que no vas a responder algo aburrido como «el balance entre lo personal y lo profesional».
Mileva alzó la vista lentamente, arqueando una ceja con una mezcla de exasperación y paciencia.
—¿Qué se supone que debo decir, entonces? ¿Que el mayor desafío es no gritarle a los incompetentes?
Nina soltó una carcajada, casi derramando su té en el proceso.
—¡Eso sería épico! Aunque tal vez no tan bueno para la imagen de la empresa. —Se acomodó en el sillón, adoptando un aire solemne mientras agitaba las hojas del cuestionario frente a su rostro—. A ver, Mileva Nilsen, fundadora y líder implacable. ¿Qué te inspira a levantarte cada mañana?
—La alarma del teléfono —respondió Mileva, seca, sin apartar la vista del monitor.
Nina dejó caer las hojas teatralmente y se llevó una mano al pecho.
—¡Qué profundidad! Realmente inspiras a las masas.
—Es lo que hay. —Mileva se encogió de hombros, aunque una sonrisa muy sutil comenzaba a asomar en las comisuras de sus labios.
Nina se inclinó hacia adelante, mirándola con un brillo travieso en los ojos.
—Está bien, ¿qué tal esta? —dijo, retomando las hojas—. «¿Cómo equilibras tu vida profesional con tu vida personal?»
—No la equilibro —respondió Mileva sin dudar, tecleando algo en su computadora—. Esa es la pregunta trampa que usan para hacerte parecer más humana, ¿no?
—Y tú estás empeñada en parecer un robot eficiente. Muy en tu línea —bromeó Nina, tomando un sorbo de su té.
Mileva finalmente apartó la mirada del monitor y la fijó en Nina, cruzando los brazos con calma.
—¿Y tú? ¿Qué vas a responder cuando te pregunten lo mismo?
Nina sonrió de lado, como si estuviera esperando la pregunta.
—Oh, algo dramático, por supuesto. Algo que diga «mi vida personal es como un rompecabezas que armo con cada logro profesional». —Hizo una pausa y añadió con tono burlón—. Básicamente, pura basura poética para impresionar.
Mileva soltó una risa breve y baja, casi inaudible, lo cual para Nina era el equivalente a una ovación de pie.
—Lo gracioso es que podrían tragárselo —añadió Mileva, ajustándose el cabello detrás de la oreja con ese gesto inconsciente que hacía cuando una conversación empezaba a interesarle de verdad.
Nina se enderezó en su silla, rebosando energía.
—Espera, esta es más interesante. —Leyó con un tono deliberado—: «¿Cuál ha sido tu mayor fracaso?»
El silencio que siguió fue más pesado que de costumbre. Mileva, normalmente rápida con sus respuestas irónicas, dejó de teclear y se recostó en su silla. Su mirada se perdió brevemente hacia la ventana antes de volver a Nina, pero esta vez, su expresión no tenía rastro de burla.
—Confiar en personas que nunca tuvieron la intención de quedarse —respondió en un tono bajo, pero firme, sin apartar la mirada de su amiga.
Nina, sorprendida, no supo qué responder al instante. Las palabras de Mileva habían llegado cargadas de algo que rara vez dejaba ver: un dolor que aún no estaba listo para sanar. Tragó saliva, tratando de recuperar su tono ligero.
—Bueno… eso sí que es profundo —murmuró, aunque su voz carecía de la chispa habitual.
—No te preocupes, Nina. Es solo una respuesta.
Intentando disipar el peso que se había colado en la conversación, Nina rebuscó otra pregunta en el cuestionario.
—Ok, ¿y esta? «¿Qué consejo le darías a una joven que aspire a seguir tus pasos?»
Mileva volvió a cruzar los brazos, inclinándose hacia atrás con calma.
—Que no lo haga.
Nina se echó a reír, dejándose caer contra el respaldo del sillón.
—Dios mío, Mileva, si te dejas llevar, creo que podrías arruinar esta entrevista antes de que empiece.
—Esa es mi especialidad —respondió Mileva con una pequeña sonrisa irónica.
El ambiente se volvió más relajado, y las dos intercambiaron comentarios sarcásticos mientras revisaban más preguntas. Pero entonces, Nina encontró una que hizo que sus ojos se iluminaran anticipando la respuesta de su amiga.
—Oh, esta es demasiado buena para dejarla pasar. —Adoptó un tono formal mientras leía—: «¿Hay alguna persona en tu vida que consideres una influencia significativa?»
Mileva la miró de reojo, sospechando algo.
—¿Qué clase de pregunta es esa? Es tan genérica que parece hecha para rellenar espacio.
—Oh, pero es una gran pregunta. —Nina sonrió como el gato que acaba de encontrar un ratón—. Porque ahora voy a ser yo quien la personalice un poco. —Se inclinó hacia adelante, con el rostro iluminado por una picardía evidente—. Mileva, ¿qué opinas de Hassan?
El silencio que siguió fue casi palpable. Por un instante, las manos de Mileva se quedaron quietas sobre el teclado, y un destello imperceptible cruzó su mirada. Pero pronto recuperó su compostura, inclinándose hacia atrás con calma calculada.
—¿Hassan? —repitió con fingida confusión, como si no entendiera la intención de la pregunta.
—Sí, Hassan. Ya sabes, alto, moreno, buen mozo, con un andar algo arrogante. —Nina agitó la mano con un gesto despreocupado, pero sus ojos brillaban con pura diversión—. Seguro te suena.
Mileva dejó escapar un suspiro, pero su expresión permaneció imperturbable.
—Oh, claro, Hassan. —Su tono era suave, pero con una ironía apenas velada—. Creo que es… una influencia significativa, ciertamente. Aunque eso depende de cómo definas «significativa».
Nina se inclinó hacia ella, expectante.
—¿Y tú cómo la defines?
Mileva sonrió ligeramente, un gesto tan ambiguo que resultaba exasperante.
—Lo definiría como algo que no voy a discutir contigo, Nina —respondió con un tono firme pero juguetón, dejando en claro que no tenía intención de dar más detalles.
Nina resopló, frustrada pero divertida.
—Eres una caja fuerte, Mileva. Pero ya veremos qué pasa en la entrevista real.
—Eso suponiendo que no arruines todo antes de que empecemos —replicó Mileva, volviendo a concentrarse en las preguntas mientras Nina reía.
Nina dejó el cuestionario a un lado, recostándose en el sillón con una sonrisa de satisfacción. Había conseguido, como siempre, incomodar a Mileva justo lo suficiente como para sentir que había ganado la partida.
—Sabes que vas a tener que hablar en algún momento, ¿no? —dijo, sin mirarla, mientras jugaba con la tapa de su taza de té.
Mileva, de vuelta en su computadora, ni siquiera se molestó en responder. Pero el leve alzamiento de sus cejas, apenas perceptible, fue suficiente para que Nina supiera que había dejado una semilla. El silencio que siguió estuvo cargado de significados no dichos, como todo entre ellas.
—Está bien, no voy a insistir —añadió Nina, levantándose con su taza en mano—. Por lo que a mí respecta, ya logré mi objetivo sacándote de quicio.
Mileva giró la silla ligeramente, fijando su mirada en Nina con esa calma calculada que era más efectiva que cualquier respuesta mordaz.
—El día que no lo intentes, sabré que algo va mal.
Nina rió, encaminándose hacia la puerta.
—¿Sabes qué? Para la entrevista real, creo que deberías responder exactamente lo que piensas. Aunque, claro, eso dejaría a más de uno temblando. —Se detuvo, girándose para mirarla una vez más—. Y, Mileva… no me hagas esperar demasiado para saberlo.
La puerta se cerró tras ella, dejando a Mileva sola en el despacho. Por un momento, su mirada permaneció fija en el monitor, pero luego sus dedos se detuvieron sobre el teclado. Sin embargo, no pudo evitar que una pregunta quedara suspendida en su mente: ¿por cuánto tiempo más podría evitar hablar de lo que realmente importaba?

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