El hermano atrapado: Un vistazo a los días de Gael

El salón estaba lleno de luz cálida, con el sol del mediodía filtrándose a través de las cortinas semitransparentes. Gael estaba sentado en el sofá, con una de sus hermanas gemelas a cada lado, ambas armadas con un cuaderno y una pluma, listas para bombardearlo con preguntas.

Regina e Ivanna habían decidido que su tarea de la escuela, una entrevista para practicar cómo hacer preguntas interesantes, necesitaba un «voluntario». Y, como siempre, su hermano mayor había sido la víctima perfecta.

—¿Por qué yo? —preguntó Gael, fingiendo cansancio mientras las gemelas lo miraban con idénticas sonrisas traviesas.

—Porque tú eres aburrido y necesitamos que la tarea sea buena —respondió Ivanna, cruzando los brazos.

—Y porque mamá dijo que no puede —añadió Regina, alzando los hombros como si fuera lo más obvio del mundo.

Gael suspiró, apoyando la cabeza en el respaldo del sofá y cerrando los ojos un momento.

—Está bien, pero no más de cinco preguntas. —Alzó un dedo, mirando a las dos con una falsa seriedad—. Y nada raro.

—¡Sí, sí, claro! —dijeron al unísono, pero el brillo en sus ojos decía otra cosa.

Regina fue la primera en disparar.

—¿Qué querías ser cuando eras niño?

Gael sonrió suavemente, mirando al techo como si buscara la respuesta en algún rincón de su memoria.

—Cuando era niño quería ser piloto —confesó—. Me encantaban los aviones, pero luego me di cuenta de que me daba miedo volar. Así que cambié de idea.

—¿Te da miedo volar? —preguntó Ivanna, con los ojos bien abiertos.

—No tanto como antes —respondió, rascándose la barbilla—. Pero prefiero tener los pies en la tierra.

Ivanna hizo una anotación rápida en su cuaderno, con una concentración que lo hizo sonreír. Regina tomó la palabra de inmediato.

—¿Cómo sería tu casa ideal?

Gael rió entre dientes, pensando en lo simple que sería responder eso a alguien más, pero no a dos niñas que iban a analizar cada palabra.

—Creo que sería algo sencillo. No muy grande, pero con muchas ventanas y luz natural. Y un jardín. Tal vez con un lugar para dibujar.

—¡Eso suena aburrido! —se quejó Ivanna, alzando las cejas.

—Bueno, a mí me gusta la calma. —Le guiñó un ojo—. Además, ustedes dos hacen suficiente ruido como para llenar cualquier casa.

Las gemelas rieron, encantadas con la respuesta, pero Regina no perdió el ritmo.

—¿Tienes novia?

La pregunta lo tomó por sorpresa, y por un momento, Gael no supo si reír o suspirar.

—¿Esa es una pregunta para su tarea o para ustedes? —contraatacó, cruzando los brazos.

—¡Es para la tarea! —protestaron las dos al mismo tiempo, aunque sus sonrisas traicionaban su verdadera intención.

Gael abrió la boca para responder, pero Ivanna lo interrumpió con una pregunta que lo dejó boquiabierto:

—¿Y la señorita Rossi?

Gael parpadeó, desconcertado, antes de mirarlas con fingido reproche.

—¿Emma? ¿Cómo saben de Emma? —preguntó, inclinándose hacia adelante, como si estuviera a punto de interrogar a dos sospechosas.

Regina e Ivanna intercambiaron una mirada cómplice, sonriendo de oreja a oreja.

—Los niños sabemos más de lo que los adultos creen —respondió Ivanna con una seriedad que resultaba imposible de tomar en serio.

Gael las observó, evaluando la situación, y aunque intentó mantener la compostura, una sonrisa suave apareció en sus labios. Había algo extraño en el hecho de que sus hermanas mencionaran a Emma, pero, de algún modo, también le agradaba.

—Emma no es mi novia —dijo finalmente, con un tono que pretendía ser firme pero que dejaba entrever cierta calidez.

—Pero te gusta —intervino Regina, sin dejarle espacio para escapar.

Gael se recargó en el sofá, suspirando como si estuviera lidiando con dos detectives expertos.

—Regina, Ivanna… recuerden que esto es para su tarea, no para un interrogatorio.

Las gemelas rieron con ganas, claramente satisfechas de haberlo alterado, y volvieron a sus cuadernos como si no acabaran de desvelar algo importante.

Gael se quedó mirándolas, negando suavemente con la cabeza, pero con una sonrisa que no lograba ocultar del todo.

—Ustedes dos son imposibles —murmuró, y las gemelas simplemente siguieron riendo.

Regina se acomodó en el sillón, lista para la siguiente pregunta, mientras Ivanna giraba su cuaderno para hacer un dibujo rápido en una esquina de la hoja, probablemente una caricatura de Gael con cara de confusión.

—Está bien, última pregunta —anunció Regina con una sonrisa traviesa que puso a Gael en alerta inmediata—. ¿Por qué siempre haces tantas cosas por todos, aunque nadie te lo pida?

Gael parpadeó, sorprendido por el giro inesperado. Su expresión relajada se tornó seria por un momento, mientras pensaba en cómo responder.

—Supongo que me gusta sentirme útil —dijo finalmente, con una honestidad que lo sorprendió incluso a él. Luego, rascándose la nuca, añadió con una sonrisa irónica—. O tal vez no sé cómo quedarme quieto.

Las gemelas lo miraron fijamente, en completo silencio, lo cual era una rareza. Gael se recargó contra el respaldo del sofá, dejando escapar un suspiro leve.

—Es lo que hace la familia, ¿no? Nos cuidamos. Aunque nos hagamos la vida imposible de vez en cuando. —Sonrió de lado, dándoles un leve empujón en los hombros—. Y no se rían, que ustedes también lo hacen.

Regina e Ivanna intercambiaron otra mirada, como si compartieran un secreto. Fue Ivanna quien rompió el silencio.

—Siempre decimos que eres como un árbol —dijo, jugueteando con la punta del lápiz.

Gael arqueó una ceja, claramente intrigado.

—¿Un árbol?

—Sí, porque siempre estás ahí. Firme, aunque a veces te pongas gruñón —explicó Ivanna, con la lógica aplastante de una niña de nueve años.

—Y porque eres muy alto —añadió Regina con una risa, rompiendo la solemnidad del momento.

Gael no pudo evitar reírse, rindiéndose al cariño evidente detrás de las palabras de sus hermanas. Extendió un brazo para despeinarlas a ambas, lo que provocó una lluvia de protestas y risas.

—Bueno, si voy a ser un árbol, espero ser uno bonito —bromeó, poniéndose de pie y estirándose—. ¿Listas con su tarea? ¿O quieren inventar más preguntas para volverme loco?

—Ya terminamos —dijo Ivanna, cerrando su cuaderno con una expresión satisfecha.

—Pero nos debes helado por soportarte tanto tiempo —añadió Regina, poniéndose de pie con las manos en las caderas.

Gael las miró, fingiendo indignación.

—¿Yo soportarlos a ustedes? Estoy seguro de que es al revés.

Las gemelas simplemente le sacaron la lengua al unísono, y Gael levantó las manos resignado.

—Está bien, helado para todos. Pero ustedes lo pagan.

—¡Nunca! —exclamaron, corriendo hacia la cocina mientras él las seguía con una sonrisa.

Mientras las risas de las niñas llenaban la casa, Gael se detuvo un momento en la entrada, apoyándose en el marco de la puerta.

Su mente regresó por un instante a la pregunta sobre Emma. No podía evitar que una leve sonrisa asomara en sus labios mientras pensaba en cómo, de algún modo, las gemelas habían captado algo que incluso él apenas empezaba a entender.

Sacudió la cabeza, dejando el pensamiento a un lado, y se unió a sus hermanas en la cocina, donde Regina e Ivanna ya discutían sobre qué sabor de helado era el mejor. Allí, en medio del caos cotidiano, Gael encontró un instante de paz.

Quizás no tenía todas las respuestas, pero estaba claro que, con sus hermanas, nunca le faltarían las preguntas.

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