
«Fatma asintió levemente.
—Ahora sube —dijo con suavidad—. Necesitas una ducha. Apestas a humo… y a pecado.
Emir soltó una carcajada incrédula, incorporándose.
—No sé qué es peor —refunfuñó mientras se levantaba—, si tu abanico… o tus preguntas.
—Ay, oğlum…, eso no fue ni el calentamiento. —Y alzó el abanico con una sonrisa ladeada—. Cuando de verdad quiera los detalles, no vas a tener por dónde huir.»