
«Avanzó sin pensar. O tal vez pensando demasiado. El perfil de Mileva recortado contra el halo tenue de luz era una visión que se le clavaba en el pecho con la fuerza de una oración escuchada. Se detuvo frente a ella, apenas respirando. La miró como si fuera irreal, como si el jardín entero hubiera sido creado para enmarcarla en ese instante. Le tomó las manos. Las sostuvo con una delicadeza que contrastaba con la urgencia que le tensaba la mandíbula. Las alzó hasta su boca y, antes de que Mileva pudiera decir una palabra, Emir ya había atrapado uno de sus dedos entre los labios.»