
«—El dolor —dijo Adomen con ternura—. Del que no puedes escapar porque es real. Porque no viene de una alucinación…, sino de una verdad. —Volvió la mirada hacia su interlocutor y sonrió con dulzura—. Y no hay antídoto para la verdad.»

«—El dolor —dijo Adomen con ternura—. Del que no puedes escapar porque es real. Porque no viene de una alucinación…, sino de una verdad. —Volvió la mirada hacia su interlocutor y sonrió con dulzura—. Y no hay antídoto para la verdad.»